Sarmiento: La Patagonia para Chile.

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En 1840 Domingo Faustino Sarmiento era un exiliado en Santiago de Chile, integrante de la Comisión Argentina que presidía el General Las Heras, cuyo objetivo era agotar todos los medios posibles para lograr la caída de Rosas. Entre ellas crear situaciones de conflicto entre ambos países.

El ministro Montt había adquirido un diario, El Progreso, que encomendó al sanjuanino. Desde el primer número, el 11 de noviembre de 1842, Sarmiento desarrolló una campaña “demostrando” los derechos chilenos sobre el estrecho de Magallanes e insistió en la necesidad de que su país de adopción se adelantara a la Argentina en la ocupación del territorio. La campaña encontró gran eco. No era un chileno quien lo decía sino un argentino de nota. Sarmiento, en La Crónica del 11 de marzo de 1849 escribió:

 “Un territorio limítrofe pertenece a aquel de los Estados a quien aproveche su ocupación (…) Para Buenos Aires es una posesión inútil. ¿Qué haría el gobierno de Buenos Aires con el estrecho de Magallanes, país remoto, frígido, inhospedable? (…) ¡Que pueblo el Chaco y el sur hasta el Colorado y el Negro y deje el estrecho a quien lo posea con provecho…! Magallanes, por lo tanto, pertenece a Chile por el principio de conveniencia propia sin daño de terceros”.

No solamente el estrecho sino toda la Patagonia:

 “Quedaría por saber aún si el título de erección del virreinato de Buenos Aires expresa que las tierras al sur de Mendoza entraron en su demarcación; que, a no serlo, Chile pudiera reclamar todo el territorio que media entre Magallanes y las provincias de Cuyo”.

Nuestra historia oficial ha preferido recordar al sanjuanino como el estadista que tuvo la intuición de la importancia de la educación popular en el progreso de nuestra patria. Sin embargo sería mejor que se diera una imagen completa de los personajes y de las circunstancias históricas, con los claros y los oscuros inevitables de la condición humana. Inmortalizar a Sarmiento como el “padre del aula”, un calvo bondadoso que en su infancia nunca faltó a la escuela, es irritante y también injusto con el sanjuanino, quién no ocultó su carácter violento y polémico que le valió el apodo no cariñoso de “el loco”.

Pacho O´Donnell, "Historias Argentinas, de la Conquista al Proceso", Ed. Sudamericana, 2006, págs. 141-142.

Para ampiar al respecto: La traición de Sarmiento.
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