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En febrero de 2015, por iniciativa del gobierno presidido por Cristina Fernandez de Kirchner, el Banco Central de la República Argentina informó que a partir del mes de marzo (2015) comienza a circular el nuevo billete de 50 pesos que homenajea a las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur con una nueva serie comenzada con el número 00.000.001 A y distribuido a través de entidades financieras.


El billete fue diseñado y producido en su totalidad por la Casa de la Moneda y presenta en su anverso una imagen central del mapa del archipiélago. Junto a este, un segundo mapa de Latinoamérica y el Caribe que "alude al apoyo recibido en ámbitos diplomáticos por parte de los países vecinos, que han transformado el reclamo por Malvinas en una causa regional", dijo en BCRA a través de un comunicado.


En el reverso hay una imagen del gaucho Antonio Rivero, quien en 1833 encabezó la resistencia a la usurpación británica de las islas. Entre otras ilustraciones, se agregan la gaviota malvinense, que refiere la convicción de recuperar pacíficamente la soberanía sobre las islas, así como imágenes del Cementerio de Darwin y del Crucero General Belgrano, en reconocimiento a los combatientes caídos en la guerra del Atlántico Sur.

La unidad entró en vigencia 11 once meses después de su presentación, que ocurrió el 2 de abril de 2014 y a 32 años de la guerra con Inglaterra para dejar atrás, de algún modo, el antiguo billete de 50 pesos que lleva en su anverso la imagen de Domingo Faustino Sarmiento, presidente argentino entre 1868 y 1874, quien en su momento (28 de noviembre de 1842) escribió en el diario El Progreso que: 

“La Inglaterra se estaciona en las Malvinas para ventilar después el derecho que para ello tenga… Seamos francos; su invasión es útil a la civilización y al progreso.”
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En 1840 Domingo Faustino Sarmiento era un exiliado en Santiago de Chile, integrante de la Comisión Argentina que presidía el General Las Heras, cuyo objetivo era agotar todos los medios posibles para lograr la caída de Rosas. Entre ellas crear situaciones de conflicto entre ambos países.

El ministro Montt había adquirido un diario, El Progreso, que encomendó al sanjuanino. Desde el primer número, el 11 de noviembre de 1842, Sarmiento desarrolló una campaña “demostrando” los derechos chilenos sobre el estrecho de Magallanes e insistió en la necesidad de que su país de adopción se adelantara a la Argentina en la ocupación del territorio. La campaña encontró gran eco. No era un chileno quien lo decía sino un argentino de nota. Sarmiento, en La Crónica del 11 de marzo de 1849 escribió:

 “Un territorio limítrofe pertenece a aquel de los Estados a quien aproveche su ocupación (…) Para Buenos Aires es una posesión inútil. ¿Qué haría el gobierno de Buenos Aires con el estrecho de Magallanes, país remoto, frígido, inhospedable? (…) ¡Que pueblo el Chaco y el sur hasta el Colorado y el Negro y deje el estrecho a quien lo posea con provecho…! Magallanes, por lo tanto, pertenece a Chile por el principio de conveniencia propia sin daño de terceros”.

No solamente el estrecho sino toda la Patagonia:

 “Quedaría por saber aún si el título de erección del virreinato de Buenos Aires expresa que las tierras al sur de Mendoza entraron en su demarcación; que, a no serlo, Chile pudiera reclamar todo el territorio que media entre Magallanes y las provincias de Cuyo”.

Nuestra historia oficial ha preferido recordar al sanjuanino como el estadista que tuvo la intuición de la importancia de la educación popular en el progreso de nuestra patria. Sin embargo sería mejor que se diera una imagen completa de los personajes y de las circunstancias históricas, con los claros y los oscuros inevitables de la condición humana. Inmortalizar a Sarmiento como el “padre del aula”, un calvo bondadoso que en su infancia nunca faltó a la escuela, es irritante y también injusto con el sanjuanino, quién no ocultó su carácter violento y polémico que le valió el apodo no cariñoso de “el loco”.

Pacho O´Donnell, "Historias Argentinas, de la Conquista al Proceso", Ed. Sudamericana, 2006, págs. 141-142.

Para ampiar al respecto: La traición de Sarmiento.
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Gazeta de Buenos Aires, No, 1, 1810. Periódico de la Revolución de Mayo, fundado por Mariano Moreno. Biblioteca. Colección Celesia.

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En la sesión del 6 de marzo de 1813, la Asamblea encargó la composición de un himno o canción patriótica. Casi dos meses más tarde, el 11 de mayo, fue presentado y aprobado por unanimidad. Se lo declaró “la única marcha nacional” que debía cantarse en todos los actos públicos. Así, las Provincias Unidas comenzaban a crear sus símbolos. El creador de dicho canto patriótico fue el diputado Vicente López y Planes.

Nacido en Buenos Aires el 3 o el 4 de mayo de 1784, -según las actas de bautismo poco precisas encontradas por el historiador Ricardo Piccirilli- (1) hijo de padre español y madre porteña, Vicente López y Planes fue uno de los hombres clave de Mayo de 1810. Estudiante del Colegio Carolino (luego San Carlos, más tarde Nacional Buenos Aires), cursó los estudios universitarios en Chuquisaca. Tras doctorarse en Derecho, se alistó en Buenos Aires como oficial del Regimiento de Patricios, destacándose en la defensa contra las tropas inglesas, hecho que le valió el ascenso a capitán. Participante de las jornadas de mayo, luego alto secretario en la expedición militar al Norte, le llegó el primer nombramiento importante al ser designado como Secretario de Hacienda del Primer Triunvirato.

Le tocó más tarde asistir como diputado a las sesiones de la Asamblea de 1813, cuando tuvo la oportunidad de crear lo que hoy se conoce como Himno Nacional, lo que no le evitó estar involucrado en las ríspidas internas de aquellos días. Desde entonces, estuvo siempre en la primera plana de la política local: secretario de Pueyrredón, presidente interino tras la renuncia de Rivadavia en 1827, ministro del gobernador Dorrego en Buenos Aires y presidente del Tribunal de Justicia durante el período de Rosas, se lo conocía como hombre del federalismo, hasta que debió dar votos de confianza hacia el gobernador bonaerense, lo que no le impidió, sin embargo, buscar refugio en el vencedor de Caseros, Justo José de Urquiza.

El general entrerriano le entregó el gobierno bonaerense, en el que estuvo provisoriamente durante cuatro meses, ya visible en su giro político. Luego participó del Acuerdo de San Nicolás, que dio origen a la Constitución Nacional y principio de reorganización de las Provincias Unidas. Falleció pocos años después, en 1856, cuando tenía 72 años. Además del Himno Nacional, Vicente López y Planes fue autor de “El triunfo argentino”, que recuerda la victoria contra los ingleses. Éstas y otras composiciones fueron compiladas en una colección de poesías en 1824.

Reproducimos en esta oportunidad un texto sobre los pormenores de la composición de la letra de nuestro Himno Nacional, la incertidumbre del momento de su creación, la obra de teatro que le habría servido al autor de inspiración, y las similitudes entre nuestra canción patria y la Marsellesa, el himno nacional de Francia, que escribió Rouget de Lisle hacia fines del Siglo XVIII.

“La nueva y gloriosa Nación fue proclamada antes por la poesía que por los políticos o los diplomáticos”, decía con acierto el autor de esta nota, aludiendo a que la nación que se iba forjando contaba con un himno nacional más de tres años antes de la declaración de independencia.

Fuente: Carlos Vega, El himno nacional argentino, Buenos Aires, Eudeba, 1962, págs. 43-48.

En 1813 la Asamblea le pidió a don Vicente López y Planes las estrofas para un himno nacional. No debemos abrigar la menor duda de que la misma corporación solicitó igual concurso a fray Cayetano Rodríguez. Lo dice Vicente Fidel López, el hijo, el historiador; y lo dice porque se lo oyó al padre muchas veces. El pedido a López se le hizo el 6 de marzo, según la declaración oficial; y a partir de este momento puede seguirse la legítima narración que Lucio V. López, el nieto, escribe a base de la autobiografía del abuelo.

Desde el alba de la Revolución los poetas frecuentaron metros inánimes, como la silva o el hexasílabo sin cuerpo o el moderado endecasílabo. López intentó las fórmulas acentuales pálidas de las medidas cortas y esos moldes quisieron imponerle mansedumbre. Él mismo no sabía si sus pensamientos, aún confusos, sin duda avanzados, serían compartidos por sus conciudadanos. Corrían horas de gran incertidumbre: grados diversos de adhesión al rey; matices de fe en España; ideas varias sobre la emancipación total… Era necesario decir palabras exactas, aclarar y estimular conceptos indefinidos, orientar las pasiones, afirmar los rumbos invertebrados, coordinar las emociones ciudadanas, prever el destino de un pueblo. El poeta estaba doblemente contenido y desanimado, y un momento climático adverso acentuaba su laxitud. Así llegó el día 8 de mayo, en que decidió asistir a una representación teatral. Se daba esa noche un drama francés sin duda escrito por entonces para exaltar en Francia sentimientos propicios, y es muy posible que la obra haya sido la que nombra el nieto del poeta, Antonio y Cleopatra. Porque también en el mundo romano de aquellos tiempos se hablaba de la tiranía de los procónsules, de Cicerón y del partido de la libertad, del Primer Triunvirato o del advenimiento del Segundo Triunvirato, del Partido Republicano… Antonio y Cleopatra se dieron muerte cuando sus dominios perdieron la libertad. Es verosímil que el espectáculo se haya iniciado con La Marsellesa; ya diremos por qué. El drama se prestaba para incisivas alusiones a la realidad política argentina. Y aquellos lejanos hechos históricos y estas resonancias locales se desprenden con claridad de las palabras del nieto: “Todos los pasajes patrióticos del drama eran de oportunidad y se aplaudían aplicados a las cosas y a los sucesos”. Sí; a los intensos días que estaba viviendo Buenos Aires. Pero el poeta había oído el apasionado pronunciamiento del pueblo en el teatro y su posición estaba definida; además, había escuchado fogosos pasajes marciales y resonaban en su alma los metros heroicos aclamados por los espectadores. El párrafo de Lucio V. López es insustituible: … “salió del teatro con el cerebro ardiente, el corazón palpitante, el pecho henchido de inspiración. Puede decirse que el himno había nacido en aquel momento”. Lo que sigue es cosa de vértigo. Se le agolpan los versos al poeta; aprieta el paso, llega a la casa y se vuelca en las cuartillas como quien suelta brasas. No duerme. Por la mañana corre al encuentro de sus amigos; lloran sobre los versos en que amanece la Nación; los recitan en las tertulias encumbradas y los aplauden los gobernantes, la sociedad culta, los allegados. Es probable que Parera mismo haya oído entonces el nuevo himno, como dicen las tradiciones, y que lo hayan instado a ponerle música.

En el teatro, o fuera del teatro, es evidente para mí que don Vicente López oyó entonces La Marsellesa; y creo que nunca se han notado las concordancias de la canción francesa con el himno argentino, tanto en los versos como en la música*. También Rouget de Lisle canta a la libertad:

Liberté, Liberté cherie

Y el verso del estandarte es casi una traducción literal:

L’etandard sanglant est levé (Marsellesa)
Su estandarte sangriento levantan (Himno)

El estandarte sangriento que se levanta allá es el de “la tyranie”, y quienes lo levantan aquí son “fieros tiranos”, que provocan “a la lid más cruel”. ¿No oís bramar a esos feroces soldados? –pregunta el francés. “En nuestros brazos quieren degollar a nuestros hijos, a nuestras esposas”:

Entendez vous, dans les campagnes,
Mugir ces féroces soldats ?
Ils viennent jusqu’a dans nos bras
Egorger nos fils, nos compagnes.

Y el himno:

¿No los veis sobre México y Quito
Arrojarse con saña tenaz? (etc.)
¿No los veis devorando cual fieras
Todo pueblo que logran rendir?

El tema del “vil invasor”, que abarca la mitad del himno, es consecuencia literaria y adecuación retroactiva de los “vils despotes” austríacos a que se refiere La Marsellesa, pues vienen los invasores a hollar “tantas glorias” –que no se habían producido cuando invadieron- meses después de su derrota total. La adaptación es visible.

“Esos tigres sedientos de sangre” del himno son “todos esos tigres que, sin piedad”…

Tous ces tigres qui, sans pitié,
Déchirent le sein de leur mére…

Y la reacción del francés se enuncia en el estribillo: A las armas, marchemos. (Como en Jovellanos, en quien influyó La Marsellesa: “A las armas, valientes astures”):

Aux armes citoyens!
Marchons!

El valiente argentino a las armas
Corre ardiendo con brío y valor

dice López y Planes, que también sigue la estructura de Rouget de Lisle: una estrofa de ocho versos con un estribillo de cuatro. Sobre esta base, con las conocidas reminiscencias de Jovellanos –que le dio el metro- y con todo lo de su pueblo y suyo propio, nuestro poeta creó el formidable poema argentino en la noche del 8 al 9 de mayo de 1813.

Así, en la plena euforia del hallazgo, pasan los días 9 y 10. El 11 don Vicente López y Planes presenta su himno a la Asamblea General Constituyente. Los aplausos de los miembros y las voces de la barra interrumpen la lectura y estallan al final. Sin duda alguna –pues lo escribe el hijo del poeta- fray Cayetano Rodríguez “declaró que no tenía pronto ni presentaría el suyo, porque su opinión era que debía sancionarse por aclamación el que acababa de leerse”. La Asamblea aprobó el himno nacional argentino, y la barra salió a la calle declamando:

Oíd mortales el grito sagrado
Libertad, Libertad, Libertad.

La nueva y gloriosa Nación fue proclamada antes por la poesía que por los políticos o los diplomáticos.

Cargos de gran responsabilidad y honor desempeñó don Vicente López y Planes. Fue secretario de gobierno del general Pueyrredón, director supremo en 1816; diputado por Buenos Aires al Congreso Nacional en 1817 y en 1825; presidente interino de la República en 1827 por decisión del Congreso; ministro de Manuel Dorrego en 1828. Durante la dictadura fue presidente del Superior Tribunal de Justicia de la Provincia y disfrutó entonces, en la pausada pobreza que compartió con Lucía Riera, su esposa, los secretos beneficios de su sobresaliente cultura literaria y científica. Poseía el inglés, el francés, el alemán y el italiano, y era tal el prestigio de su nombre que todas las tendencias de todos los tiempos supieron respetar su jerarquía intachable. También fue ministro de Relaciones Exteriores algún tiempo, hacia el final de la época de Rosas, y en 1852, después de la dictadura, fue gobernador interino de Buenos Aires. Era el patriarca de las encrucijadas. Murió a los 72 años, el 10 de octubre de 1856, en la alcoba donde nació. Su espíritu, tenso en el himno, florece en todos los labios. Otro alguno llegó a tanto. Y es porque don Vicente López y Planes fue el poeta, nada más; y ni siquiera hace falta añadir que fue el poeta de la libertad.

*En cuanto al poema, Ángel J. Battistessa me informa que ha llegado a la misma conclusión, y que se refiere al tema en un ensayo que tiene en prensa.

(1) El historiador halló en la Iglesia de la Merced el acta de bautismo, labrada el 9 de mayo de 1784. En ella, López y Planes figura como ‘nacido de cinco a seis días’. Sin embargo, algunos autores sostienen que nació un año más tarde, en mayo de 1785.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar
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23 de septiembre de 1981. El General Jorge Rafael Videla, pronuncia su último discurso como Presidente (de facto) de la Nación a través de cadena nacional de radio y televisión. En él vuelve a explicar las razones entendidas por la Junta Militar para asaltar el poder, reconocer el consenso y apoyo civil que tuvo su gestión y, a la vez, remarcarla como "primer capítulo" de un Proceso que vivía internamente feroces pugnas de poder.

“Vengo pues a cumplir el alto y emocionante deber de despedirme del pueblo de la República informándole, en una síntesis que intentaré a la vez clara y profunda, sobre las causas y los fines esenciales de los actos consumados a lo largo de una gestión que al cerrarse quedará abierta al juicio histórico de la ciudadanía como capítulo inicial del Proceso de Reorganización Nacional comenzado por la Fuerzas Armadas el 24 de marzo de 1976..."

“...La agresión subversiva, desarrollada a nivel ideológico en todos los ámbitos y respaldada por la apelación permanente al crimen y al terror, trató entonces de imponer su pretendida revolución presentándola como única alternativa para una Argentina con su política inválida, su sociedad convulsionada y su economía desquiciada. Sus organizaciones, lanzadas a destruir todo aquello que pudiera oponerle resistencia, emprendieron su letal intento sin ofrecer jamás otra condición para cesar en su violencia y el sometimiento de toda la Nación a su poder absoluto.

Pero el pueblo de la Nación comprendió que esta vez se discutía algo que iba más allá de una simple pugna por el poder político. Los argentinos supieron, con esa extraña y serena lucidez que traen los grandes peligros, que estaba en juego aquella vocación vital de libertad, independencia y progreso que había puesto bríos y heroísmo en los capítulos más brillantes de nuestra empresa nacional.

Sobre ese sentimiento palpable, sobre esa sólida postura que no atinaba a expresarse orgánicamente, porque la erosión de la frustración y el desencuentro había cancelado la utilidad de las vías existentes para hacerlo, sin posibilidad pues de otra respuesta, montaron las Fuerzas Armadas su decisión de hacer frente a una guerra que no buscaron y de trabajar por una solución permanente para una crisis de tal envergadura que no reconocía precedentes en el acontecer la Argentina contemporánea."
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“Nadie sabe, Buenos Aires lejano, Buenos Aires abierto en el fondo del tallo de mi voz, el interés y la jugosa inquietud que me embargan cuando recuerdo tu trágica vitalidad, tan sentida por mí, y el aire de añoranza que mueve los árboles de mi pensamiento al recordar, lo generoso, lo hidalgo, lo comprensivo que fuiste con mi mensaje de poeta, hidalguía y generosidad que ha prestigiado mi obra en el ámbito de habla castellana”, escribió Federico García Lorca en 1935, un año antes de ser asesinado por la falange de Franco.

Había vuelto a España (27 de marzo de 1934) después de cinco meses en Buenos Aires, donde pudo ver las representaciones de sus obras (Bodas de sangre, La zapatera prodigiosa, La niña boba…), pudo disfrutar de los agasajos en las mansiones de los Rojas Paz y Oliverio Girondo, del homenaje a Rubén Darío en el PEN Club; pudo reunirse con Pablo Neruda, Raúl Gonzalez Tuñón e incluso Carlos Gardel. 

En su estadía porteña, García Lorca no se privó de conocer una comisaría: por transgredir la prohibición de estar en una confitería un domingo de elecciones estuvo preso durante horas.
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La multitud se reunía, esperanzada, escéptica, en el Luna Park para ver si García cumplía con su bravata de acostarse con 100 mujeres una detrás de otra. En la cama instalada en el ring del Luna, García superaba un obstáculo tras otro. A las 30, el público enfervorizado ya coreaba su nombre. A las 45 miles empezaban a dedicarle el clásico todos con el culo en la pared/ llegó García. A las 60 tiraban papelitos cada vez que. A las 75 habían improvisado banderas: Sabella, García es argentino, García para todos. El aliento era interrupto y muchachos de pelo en pecho gritaban García haceme un hijo. Cuando llegó a la 91 los gritos de García presidente asomaron, tímidos, en las plateas más bajas. Cuando terminó con su 98 todo el estadio era un clamor y la suerte del país parecía decidida.

García, a todo esto, estaba al borde del desmayo - y su virilidad cada vez más ahíta, tumefacta, quebradiza. Ante la 99 dejó de responderle; García hizo un gesto que todos entendieron: no iba más. Hubo un momento de silencio y, de golpe, el Luna se unió en un grito despiadado: ¡García maricón! ¡García maricón!

De Martín Caparrós
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